Pensaba Bruno, mientras veía a Marcelo alejarse con su compañero por la calle Defensa. Morir por el Vietnam. O quizás aquí mismo. Y ese sacrificio seria inútil y candoroso, porque el nuevo orden finalmente seria copado por cínicos negociantes. El pobre Bill yendo de voluntario a la RAF, ahora sin piernas, quemado, mirando pensativo por la ventana que da a la calle Morán; para que los empresarios alemanes, muchos de ellos nazis o criptonazis, terminaran haciendo buenos negocios con los empresarios ingleses, durante exquisitas comidas, con amables sonrisas.
Claro, cómo no admirar a Guevara. Pero sorda y tristemente algo le murmuraba que en 1917 la Revolución Rusa también había sido romántica, grandes poetas la habían cantado. Porque toda revolución, por pura que sea, y sobre todo si lo es, está destinada a convertirse en una sucia y policial burocracia, mientras que los mejores espíritus concluyen en las mazmorras o en los manicomios.
Sí, todo eso era amargamente cierto.
Pero el acto de enrolarse en la RAF había sido absoluto, incontaminado y eterno: ni uno ni mil fabricantes de conservas podrían arrebatarle a Bill ese diamante. Qué importaba, entonces, lo que un día podría llegar a ser cualquier revolución. Más aún (pensaba con asombro, recordando a Carlos torturado, ya no por Cristo o Marx sino por Codovilla) : Ni siquiera importaba que la doctrina fuese verdadera. El sacrificio de Carlos fue un absoluto, la dignidad del hombre se salvó una vez más con ese acto. A pesar de haber sido un iluso, y precisamente por haberlo sido, Carlos rescataba a la humanidad entera del cinismo y el acomodo, de la bajeza, de la podredumbre.
Ahí iban los dos. Al lado de aquel tímido aristócrata que renunciaba a los privilegios de su clase, iba el otro, esmirriado y humilde. Quizás a morir por alguien que un día habría de traicionarlos o defraudarlos. Ahí iban por la calle Defensa. Hacia qué terrible pero hermoso destino?
Sí, todo eso era amargamente cierto.
Pero el acto de enrolarse en la RAF había sido absoluto, incontaminado y eterno: ni uno ni mil fabricantes de conservas podrían arrebatarle a Bill ese diamante. Qué importaba, entonces, lo que un día podría llegar a ser cualquier revolución. Más aún (pensaba con asombro, recordando a Carlos torturado, ya no por Cristo o Marx sino por Codovilla) : Ni siquiera importaba que la doctrina fuese verdadera. El sacrificio de Carlos fue un absoluto, la dignidad del hombre se salvó una vez más con ese acto. A pesar de haber sido un iluso, y precisamente por haberlo sido, Carlos rescataba a la humanidad entera del cinismo y el acomodo, de la bajeza, de la podredumbre.
Ahí iban los dos. Al lado de aquel tímido aristócrata que renunciaba a los privilegios de su clase, iba el otro, esmirriado y humilde. Quizás a morir por alguien que un día habría de traicionarlos o defraudarlos. Ahí iban por la calle Defensa. Hacia qué terrible pero hermoso destino?